Tejido por debajo de las piedras
¿No les pasa que, haciendo algo manual, la gente se te queda viendo? Y es casi con maravilla, reflejando en sus ojos el gusto y la sorpresa por descubrir lo que las manos son capaces de hacer.
Recuerdo que antaño, la gente mayor o señoras con hijos, solían tejer mucho en el metro, bus o en la calle, sentadas fuera de su casa. Parecía una competencia por ver quién tejía más rápido o más prendas o más, siempre más.
Se resbalaba el hilo en sus dedos y lograba algo mágico, porque estaban creando. Algunas con tanta destreza, que las agujas o el gancho volaban y no se veía más que la prenda aparecer frente a ellas.
Se adornaba todo con olanes, volantes, orillas y calados casi sacados de la fantasía. Yo era pequeña y apenas podía hacer cadenita y punto bajo, por lo que verlas, me hizo aprender más, que solo practicando por mi cuenta.
Vendían las orillas y hasta te daban clases para que tú reprodujeras las criaturas fantásticas y motivos que aparecían solo con un derecho, dos revés, un salto y un engarce... Algunas aún las tengo guardadas esperando su surgimiento.
Por esto, decidí retomar el gancho y no solo perderme en la tecnología, que desplaza el trabajo manual.
Me da risa ver cómo ahora son las señoras mayores y las ejecutivas quienes voltean a ver a una joven tejer esa servilleta destinada a algo tan mexicano como lo es, envolver unas tortillas... Que mágico.
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